Mi breve periplo vacacional, de una semana apenas, ha dado, entre otras cosas, para observar antropológicamente fenómenos tan curiosos como el programa que he mencionado. Ya les digo, un impacto para mí. Es una mezcla de la finura cursi de élites clasistas e intelectualmente infradesarrolladas las cuales sólo piensan en estirarse el pellejo de la cara para aparentar treinta veintenas menos. Meditando delante del sofá de un apartamento de playa malagueño extraigo conclusiones, mis reflexiones...
2.La sociedad en la que vivimos, carente de valores y moral, es además un nido de analfabetismo personal en el que la orfandad de personalidad y convicciones y estilo propio brilla por su ausencia. Estamos en una degeneración tan grande que me alarma profundamente. Un estereotipo redundado hasta el límite, hasta el horterismo y hasta la denigración absoluta del ser.
Somos incapaces de escoger por nosotros mismos, de adquirir un estilo de vida propio y personal, al margen de un marco ideal de convencimientos ético-sociales. El protocolo es necesario, es la esencia pero el protocolo también se adapta a cada evento, a cada acto, a cada situación. No es necesario imitar a quién no se es, no es necesario imitar a un modelo de catastrofismo intelectual y neurológico.
3. El individuo, anulado per se y convencido de su propia autodestrucción, cae abocado a una gnosis televisiva y periodística en la que se retoza y disfruta aniquilándose. Un suicidio intelectual y social consentido y perpetuado con premeditación y alevosía. No se ama a un ideal, sino que se ama al ideal que quieren imponerte. Es difícil la lucha, yo sucumbo también pero me resisto a que me manipulen toreros románticos con ecos de melancolismo quijotesco, a periodistas que marcan su credo sobre tu frente y programas que denigran al ser y a la persona de forma gratuita, consentido por sus propios protagonistas.
No hace falta ir a ver la tele para ver joyas de la Corona, ni leer revistas del corazón. Sólo hace falta mirar alrededor y admirar la degeneración de una sociedad abocada a su ridículo y a su falta de saber estar, de saber pensar y de saber vivir. He dicho.
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